enero 14, 2010

Haití, hija del infortunio.

No puedo evitar sentirme conmovida ante la tragedia que ha sucedido en Haití. La fuerza de la naturaleza, imprevisible, arrolladora, en un momento de ira desbordada ha azotado a una nación que ha vivido en sus propias penurias y en sus propias miserias.

Pobre Haití, pobres haitianos, si, eso son, pobres. Un país que se ha hundido en la corrupción, entre milicias, la herencia depravada de gobernantes autoritarios, tiránicos, tristemente célebres como Francois Duvalier y su hijo Jean Claude Duvalier y su guardia asesina llamados tonton macoutes, quienes a través de la fuerza y la superstición - sus habitantes practican el vudú- logran mantener a la población sumida en el terror, la miseria y la ignorancia.

Quizás Jean Bertrand Aristide, quien fué elegido en las primeras elecciones democráticas, pudo haber sido una esperanza, pero la maquinaria que prevalecía en ese momento, acabó con lo que pudo representar un avance hacia el progreso en este precario país. Aristide fué depuesto.
La triste realidad de este pequeño país, vecino de República Dominicana, es que sus habitantes viven en una gran miseria, falta de empleo, una mortalidad infantil impresionante, graves problemas en el sector salud, una educación muy deficiente, corrupción, inseguridad. Ahora el mundo voltea hacia ellos - quizás se debió hacer antes- en estos duros momentos en que un terremoto acabó con infraestructuras importantes, arrasó con asentamientos completos, acabó con familias enteras y desmembró a muchisimas más. Dejó a hijos huerfános, a padres sin hijos, hermanos que nunca se volverán a ver, vecinos que no podrán estar juntos. Además del terror que queda implantado en los sobrevivientes de vivir esos traumáticos momentos en que la naturaleza nos deja totalmente indefensos y con esas imágenes devastadoras que vivirán en sus retinas por siempre.

Ahora, queda ayudarlos, ser solidarios, ser vigilantes porque la ayuda internacional llegue a todas esas víctimas y no quede en manos de gente insensible que hace fiesta ante la tragedia ajena.

Oremos también, porque la ira de la naturaleza no nos toque tan inmisericorde a nosotros.

3 comentarios:

Antonio dijo...

Amiga Circe, todos estamos conmocionados por la tragedia. El análisis que haces me parece muy acertado. Mucha gente estamos colgando entradas en nuestros blogs gritando de dolor y desconsuelo, clamando justicia y pidiendo soluciones definitivas para ese pueblo marginado, oprimido y explotado por la miseria y el subdesarrollo. Ahora, que hemos tomado conciencia social a nivel internacional, solo espero que no quede esto en agua de borrajas, que se haga un esfuerzo para salvar la situación y crear un Estado con capacidad de liderar un cambio hacia la justicia y el progreso, para erradicar la miseria y la pobreza, para dar respuesta a esos déficit que tú planteas.
Un beso solidario

Rochies dijo...

oremos por un mundo mejor.
¿qué carajo estaremos haciendo de este trayecto llamado "vida"?

Belkis dijo...

Triste realidad la de ese sufrido pueblo que siempre ha necesitado mucho, pero que a raíz de esta última desgracia nos necesita más.
Debemos participar todos en su reconstrucción.
Un abrazo de corazón